sábado, 19 de febrero de 2011

Faenn.

Sentados y Quietos, así se llamaba la estatua que acababa de esculpir con su magia. Le había costado tres noches, pero por fin estaba terminada. Eran dos muchachos idénticos que miraban aburridos cómo un pequeño fuego fatuo hacía piruetas en el aire, dejando un rastro de fuego a su alrededor. Se veía claramente la insatisfacción de los niños ante aquel entretenimiento. Faenn observó su trabajo con mirada crítica. Sabía que su padre se iba a enfadar por haber representado a los niños del Amo, pero a Faenn le daba igual. Necesitaba expresar lo que aquellos niños no podían, y merecía la pena el castigo si de una vez por todas se daban cuenta de lo que les pasaba a los gemelos.
Se sentó delante de la escultura, con la mirada fija en el fuego fatuo, que no dejaba de dar vueltas y vueltas, sin ninguna expresión en su cara. Faenn se preguntó cómo era posible que, siendo tan maravilloso el Amo como todos decían, podía tener a aquellos chicos encarcelados de esa manera. Las personas le seguían con devoción, como si de un dios se tratara, sin darse nadie cuenta de la tristeza de los pequeños, siempre en aquella habitación sin otra cosa que aquel fuego fatuo que iban cambiando por otro a medida  que se morían de agotamiento. Ese era otro acto que Faenn no entendía, por mucho que lo intentara. Todos los fuegos fatuos del país llegaban en cualquier momento para trabajar como distracción, sabiendo que no podrían parar en ningún momento y que acabarían muertos en pocos días, pero a pesar de todo seguían acudiendo, como moscas a la miel, al palacio del Amo, y Faenn les veía pasar, preguntándose cómo se podía ser tan estúpido.
Sin embargo, la razón por la cual Faenn no sabía la razón de la adoración que todos sentían por el Amo era, sencillamente, que jamás le había visto. Ella vivía en el palacio, y su padre era el mayordomo personal del Amo, pero nunca la había dejado verle, por lo que su vida no estaba atada a él, y podía hacer lo que quisiera en el palacio, incluido espiar a los gemelos desde la ventana de su habitación, en la Torre Verde.
Pero, antes de explicar la razón por la cual vivía en la Torre Verde en vez de en la Torre Blanca, con su padre y el resto de duendes, quizá habría que decir quién y cómo era Faenn.
Faenn era una pequeña duende de la raza azul, que se caracterizaba por tener la piel de ese color, el pelo oscuro, las orejas puntiagudas, su pequeña estatura y su afinidad con las hadas, cualidad única, pues los duendes eran desordenados y alborotadores por naturaleza, y las hadas no soportaban a ninguno, excepto a los de esta raza, de los que había tan solo unos pocos en el sur de Somnus, el país en el que sucede todo esta historia.
En cuanto a su personalidad, se podría decir que Faenn era un poco extraña para ser duende, porque no le gustaba hacer las travesuras habituales como cualquiera de los de su edad, sino que prefería quedarse en el bosque, tocando suavemente el piccolo y paseando entre las flores gigantes. Lo cierto es que Faenn, para tener 135 años, era mucho más adulta que todas las personas de su alrededor, que le doblaban la edad. Porque el resto de las personas sentían tal adoración por el Amo que no lograban pensar con claridad. Además, Faenn era muy curiosa, e impulsiva, pero también era muy tranquila en algunos momentos, sobre todo cuando esculpía o tocaba al aire libre.
Bien, ahora ya se puede contar la diferencia de torres. Hacía algunos años, cuando Faenn tenía unos 50 años, se escapaba de la Torre Blanca al bosque, y, como era tan pequeña de edad y de estatura, se podía meter fácilmente por las piernas de los duendes guardias y se escabullía fácilmente, para consternación de su padre. Pues bien, en uno de estos paseos, Faenn descubrió un árbol que no había visto nunca en el bosque, a pesar de que se lo conocía de memoria. Se acercó hasta estar a un paso del árbol, y este, de repente, se incendió. Faenn, preocupada, intentó apagar el fuego que lo consumía, pero no podía evitarlo de ningún modo. Entonces, asustada, se abrazó corriendo al árbol, sin importarle un comino las llamas que la abrasaban, y se quedó así, abrazada a lo que quedaba de aquel ser, y entonces se desmayó.
Despertó a los pies del árbol, que se alzaba en todo su esplendor, sin un solo rastro de las llamas de las que ella le había intentado salvar. Pero Faenn también se dio cuenta de algo extraño. Alrededor del árbol había unas pequeñas esferas luminosas, que parecían danzar alrededor, creando una atmósfera cálida y acogedora. Faenn se levantó, y una de las esferas se acercó a ella y se posó en su mano. Entonces pudo ver que se trataba de un fuego fatuo, y se asustó, pues los duendes ancianos contaban historias terribles acerca de estos seres, terribles, huraños, traviesos, mentirosos, y hacían hincapié en su temible fuego, que hacía que quien los tocara, ardiera al instante convirtiéndose después en un horripilante ser de barro.
Sin embargo, el pequeño ser luminoso no parecía malvado y tampoco hizo nada aparte de mirarla atentamente. Un instante después, el fuego fatuo empezó a hablar con voz cantarina:
¾ Gracias por haber controlado el fuego mágico, pequeña tanlak, sin tus poderes habría destruido el bosque entero por culpa de ese estúpido aprendiz.
Y sin añadir nada más, se fue con sus compañeros a otro lugar, pero Faenn no se quedó sola. De detrás del árbol surgieron tres figuras altas. La primera en aparecer fue un hada. Faenn nunca había visto una de verdad, así que quedó impresionada con el tamaño de sus alas transparentes y su hermoso rostro blanco sin ninguna expresión. La segunda figura era un elfo, con el pelo oscuro y largo, caminaba con elegancia hacia ella. La tercera figura era muy diferente a las otras dos. Era una ninfa pequeña, con el pelo rojo y rodeada de hojas doradas, del mismo color que sus ojos, que miraban a todas partes con ansia de conocerlo todo. A Faenn le sonaba aquella ninfa con pecas, sin embargo, la pequeña no la miraba en ningún momento.
El elfo fue el primero en acercarse a ella. Faenn, asustada, retrocedió todo lo que pudo hasta estar prácticamente subida al árbol. El elfo, al ver su reacción, le dijo:
¾ Aquí nadie te va a hacer daño, tanlak. Solo queremos conocerte, saber quien eres, y, si es posible, que nos digas que es lo que ha pasado con...
¾¡ Está muy claro lo que ha pasado, elfo! Esta preciosa duendecilla me ha salvado la vida con su poder sin esperar nada a cambio, así que no le busques más explicaciones y ponte a buscarle una torre de magia, tiene a prender a usar su poder sin que haya puntiagudos de por medio!¾ dijo la ninfa con voz cantarina, aunque no parecía ella.¾ Si no hubiera sido por esta pequeña, ese asqueroso aprendiz orejón me hubiera achicharrado sin piedad por este viejo!
Luego, la cara de la ninfa cambió, mostrándose compungida. Murmuró algo que Faenn no pudo escuchar y se acercó corriendo al árbol, al cual se fundió con unas simples palabras. Faenn seguía en sus raíces, y se asustó cuando una de las ramas la cogió en brazos y la subió a lo más alto. Le pareció escuchar que alguien iba a hablar con ella, que el elfo y el hada se fueran un momento. Vio un pequeño resplandor entre las ramas, y después no se escuchó nada salvo el viento y su respiración.

1 comentario:

  1. Mmm, bonito!
    Wow! Es fácil imaginarse a Faenn, y sinceramente, el prólogo era muy motivador!:D
    Ya iré leyendo más a lo largo de los días y, por favor, continúa escrbiendo!

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